Ilustración de Pascal Lemaître
El mundo moderno se ha encaprichado con la práctica de la meditación. Meditadores y meditadoras sonrientes adornan las portadas de las revistas. Los directores ejecutivos llevan la meditación a los centros de trabajo. Incluso enseñamos a niños y niñas a meditar en la escuela. Viendo todas las imágenes y oyendo las historias, sería fácil creer que el propósito de la meditación es sentarse sin más en una determinada postura siguiendo una determinada técnica.
Pero el auténtico poder de la meditación no está en el método, sino en cambiar nuestra perspectiva. En el budismo mahayana, lo llamamos «la visión». La visión no es una técnica: es cómo nos vemos y cómo nos relacionamos con nuestros propios pensamientos y emociones. Sin un cambio en nuestra visión, hasta las técnicas de meditación más poderosas solo servirán para reforzar viejos patrones y hábitos.
La visión esencial de la naturaleza búdica es tan profunda como simple: eres perfecto, tal como eres, en este mismo instante.
El problema de esta visión es que no nos parece real. Al centrarnos en las negatividades que ocultan nuestra naturaleza búdica, parece que no podemos experimentarla para nosotros mismos.
Yo no podía.
Crecí en medio de los Himalayas, justo a los pies del Manaslu, la octava montaña más alta del mundo. Mi familia estaba repleta de grandes meditadores y yo mismo fui reconocido como un lama reencarnado, lo que en el Tíbet se conoce como tulku, cuando apenas tenía unos años. Nací en un cuento de hadas.
Pero eso era solo en la superficie.
A pesar del precioso entorno en el que crecí y de la cariñosa familia y los ejemplos espirituales de los que estaba rodeado, mis primeros años estuvieron llenos de ansiedad. Tenía siete años cuando empecé a tener ataques de pánico. El pánico me siguió como una sombra durante la mayor parte de mi infancia.
Esto fue, más o menos, en la misma época en que empecé a oír hablar de la naturaleza búdica. Mi padre, un famoso maestro de dzogchen, me habló de la visión de la naturaleza búdica, pero yo no creía en ella. Por lo menos, no creía que fuera verdad en mi caso. Mi realidad era el miedo y el pánico; la naturaleza búdica sonaba solo como una fantasía. Era la experiencia de otra persona, no la mía.
Cuando aprendí a meditar, esperaba que la meditación me ayudara a librarme de todos mis fallos y defectos. Todas las personas que conocía parecían muy tranquilas y confiadas, pero yo estaba lleno de ansiedad. La meditación me atraía porque imaginaba un yo nuevo, mejorado. Un yo sin miedo ni ansiedad. Que no fuera tan sensible ni se abrumase fácilmente.
Intenté una y otra vez meditar para alcanzar la libertad. La meditación se convirtió en mi arma en la batalla contra mi propia mente. Pero no funcionaba. A veces mi mente estaba tranquila y el pánico parecía desaparecer, pero luego resurgía con más fuerza aún y la poca confianza que hubiera ganado se desvanecía como la bruma.
El gran avance llegó cuando por fin me rendí. Llevaba tanto tiempo luchando contra mis emociones, con tan poco éxito, que por fin me permití considerar una nueva posibilidad: quizá no podía arreglar nada de mí, pero no porque fuera básicamente defectuoso, sino porque no estaba estropeado.
Así que dejé de jugar al juego de siempre y empecé uno nuevo. En lugar de luchar contra mi pánico y de apartar mis pensamientos de temor y mis expectativas llenas de ansiedad, dejé que entraran. No me centré en ellos, pero tampoco los ignoré. Abandoné todo el «hacer» y, por fin, me di permiso para simplemente «ser».
Me gustaría decir que aquí fue cuando la Tierra tembló y las nubes se abrieron, pero, al principio, abandonar el impulso de estar siempre «haciendo» algo fue incómodo y raro. Mis impulsos no desaparecieron, pero dejé que vinieran y se fueran sin ir detrás de ellos; ni siquiera del impulso de «meditar». No meditaba siquiera. Estaba allí sin más.
Era algo muy simple y ordinario, pero fue un cambio radical: dejé de intentar ganar el juego de siempre.
En este momento de dejar ir, empecé a darme cuenta de que no había entendido nada de la meditación. En mi búsqueda sin fin para mejorar el instante presente, me estaba cegando a lo que ya estaba y siempre está allí: la naturaleza búdica. Nuestra perfección inherente. Nuestra auténtica naturaleza.
Como demuestra mi experiencia, abandonar la visión de que somos básicamente defectuosos no es fácil. Recibimos muchos mensajes en nuestra vida cotidiana que nos dicen todo lo contrario. No somos lo bastante listos, lo bastante guapos o lo bastante exitosos. Si pudiéramos trabajar más duro, comer más sano o estar un poco menos estresados, entonces tal vez, solo tal vez, nos sentiríamos por fin bien.
La premisa básica de todos estos mensajes es que no somos lo bastante buenos y quizá no lo seamos nunca. No importa lo que logremos en la vida, cuál sea nuestra apariencia o lo alto que subamos en la escalera del éxito. Siempre falta algo.
Si no cuestionamos esta premisa, la meditación puede convertirse fácilmente en una forma sutil de agresión. Puede que consigamos calmar las aguas turbulentas de la mente unos instantes fugaces, pero acabaremos reforzando el viejo hábito de ver solamente nuestros defectos. Igual que todo lo demás en la vida, por mucho que hagamos y por más que lo intentemos, siempre habrá otra colina que subir. No hay forma de ganar este juego.
La naturaleza búdica no es un modo de jugar mejor al mismo juego de siempre. Es un juego totalmente distinto. El principio de la naturaleza búdica nos invita a explorar nuestra experiencia de una forma nueva: no para corregir lo que está mal, sino para darnos cuenta de que siempre ha estado bien.
Nuestra consciencia fluida
Una de las primeras cualidades de la naturaleza búdica que me enseñaron mis maestros fue la consciencia. La consciencia es como un hilo que recorre todas las experiencias que tenemos. Nuestros pensamientos y emociones están cambiando constantemente. Nuestras reacciones y percepciones van y vienen. Pero, a pesar de estos cambios, la consciencia está siempre presente. Está abierta de par en par y todo tiene cabida en ella, como en el cielo; es inconmensurablemente profunda y vasta como el océano, y estable y perdurable como una enorme montaña.
La consciencia no es mejor cuando tenemos un pensamiento inspirado o una emoción sublime. No es peor cuando estamos totalmente neuróticos. La consciencia simplemente es. No es algo que hacemos. Es quiénes somos.
Puesto que la consciencia está siempre allí, lo único que tenemos que hacer es reconocerla. No tenemos que mejorarla; no podríamos hacerlo aunque lo intentásemos.
Lo más difícil de la consciencia es que está tan cerca que no la vemos. Es tan corriente que no creemos en ella. No es más que un conocer, una presencia fluida.
¿Quién está leyendo esto ahora mismo? ¿Quién está teniendo esta experiencia? Es la consciencia. Esta consciencia es quien eres ahora mismo, en este justo instante.
Hagamos una breve práctica para experimentar esta consciencia fluida:
Antes de seguir leyendo, haz una breve pausa.
Abandona el hacer por un instante y permítete ser.
No medites en la respiración… respira sin más.
No medites en el sonido… escucha sin más.
No hagas nada. Estate aquí sin más.
Sea lo que sea lo que te depara este momento, experiméntalo sin más, tal cual es.
La consciencia está entera y completa. Siempre está aquí y todo tiene cabida en ella. Puedes hablar, moverte, incluso leer, como estás haciendo ahora mismo. Todo esto está pasando dentro de la consciencia.
Nuestro amor y nuestra compasión naturales
Esta presencia fluida no es un estado vacío, muerto. Está viva y profundamente implicada con el mundo.
Cuando estamos presentes sin más con lo que está pasando dentro y alrededor de nosotros, surge una sensación natural de amor y compasión. Como la consciencia, estas cualidades no son algo que tengamos que desarrollar o cultivar. Son cualidades permanentes de nuestra verdadera naturaleza.
Las semillas de la compasión están presentes en nuestro simplísimo deseo de evitar el dolor y la incomodidad. El amor está presente en el movimiento hacia la felicidad y la satisfacción. Experimentamos estos movimientos cada instante. Cuando cambiamos de postura o parpadeamos para evitar la incomodidad, expresamos compasión. Cuando disfrutamos de un sorbo de agua o respondemos a la sonrisa de un amigo, experimentamos amor.
El amor y la compasión están presentes cuando menos esperamos que estén. Están presentes incluso dentro de emociones dolorosas como el miedo y el enfado, pues estas reacciones tienen su origen en el impulso de evitar el dolor y la incomodidad, y de experimentar felicidad y bienestar. Estaban presentes en mis ataques de pánico. Yo no quería seguir sufriendo. Quería sentirme a salvo y seguro. Solo que no sabía dónde buscar. Pero lo que no veía era que el instinto de ser feliz y no sufrir siempre estuvo allí.
Haz una pausa y mira a ver si puedes sentir estas cualidades.
¿Sientes el impulso de alejarte de la incomodidad o de evitar lo desagradable? Nótalo.
Esa sensación es compasión.
¿Sientes el deseo de experimentar felicidad, satisfacción o, simplemente, de sentirte completo?
Reposa un momento y mira a ver qué notas.
Ese movimiento sutil hacia la felicidad es amor.
Cuando hayas terminado de leer esto y sigas con tu día, nota estas cualidades también en otras personas. Son como los rayos del sol. Siempre que esté presente la consciencia, están también presentes el amor y la compasión.
Nuestra sabiduría innata
Otra cualidad esencial de nuestra naturaleza búdica es la sabiduría. Todos y cada uno de nosotros tenemos una comprensión profunda. Puede que no siempre nos demos cuenta, pero está allí.
Todos buscamos desesperadamente algo. No siempre sabemos qué es, pero sentimos que falta algo. Así que seguimos busca que te busca.
La sabiduría es la inseparable compañera de toda esta incesante búsqueda. En algún lugar profundo, sabemos cuándo estamos buscando en el sitio adecuado. Y cuando estamos cayendo en un viejo hábito, sabemos cuándo nos hemos desviado. No siempre hacemos caso a esa voz, pero está allí. Somos como un pájaro que vuela de árbol en árbol en busca de su nido. Sabemos que estamos en casa cuando lo encontramos, y mientras no estemos allí, sabemos seguir buscando.
Cuando empezamos a ser en lugar de hacer, empezamos a tener esa sensación de estar por fin en casa. Podemos abandonar la búsqueda y relajarnos. Cuando esto sucede, no hace falta que nadie nos lo diga. Ese saber intuitivo es la sabiduría. Cada pensamiento, cada emoción y cada impulso está enraizado en esa sabiduría. Solo tenemos que reconocerla.
Ser la naturaleza búdica
Si la consciencia, la compasión y la sabiduría fueran cualidades que pudiéramos alcanzar o desarrollar, tendría todo el sentido del mundo hacer algo para cultivarlas. Pero no tenemos que cultivarlas porque son parte de nuestra naturaleza básica. Ya las tenemos.
Cualquier intento de cambiar, arreglar o mejorar lo que está pasando en el momento presente refuerza la antigua creencia de que nos falta algo. Por otra parte, si no hacemos nada, estamos justo donde empezamos. Nada va a cambiar.
La clave de esta paradoja es el reconocimiento. La naturaleza búdica no es algo que hacemos, sino algo que tenemos que reconocer.
Una forma sencilla de explorar esto en tu práctica de la meditación es hacer una pausa de vez en cuando para simplemente ser. Si sueles centrar tu meditación en la respiración, deja la meditación de vez en cuando y sé, sin más. No controles tu atención de ninguna forma. La atención es como una brisa; la consciencia es como el cielo. No tienes que calmar la mente. La consciencia ya está en calma.
Se puede no hacer caso de los pensamientos o sensaciones que surjan. No hay una sola experiencia que pueda interferir en la consciencia. Deja que estén todas allí sin más y nota que la consciencia también está siempre allí. Si eres consciente de tu consciencia, eso es suficiente.
Esto parecerá raro al principio. Puede ser incluso inquietante y, casi con seguridad, experimentarás el residuo del impulso de hacer. Es normal. A medida que aumente tu familiaridad con esta cualidad de ser, empezarás a ver que la compasión y la sabiduría están aquí mismo. Te darás cuenta de que nunca serás más perfecto de lo que eres ahora mismo, en este mismo instante.
Texto original en inglés: Buddhanature: You’re Perfect As You Are, publicado en Lion’s Roar el 8 de noviembre de 2019.