Damcho Dyson (desde la izquierda), Tahlia Newland y Jack Wicks en la XVI conferencia bienal de la Asociación Internacional de Mujeres Budistas Sakyadhita. | Olivier Adam
Dos exestudiantes de Rigpa recuerdan el comportamiento abusivo de su maestro y el momento en el que se dieron cuenta de que no era «sabiduría loca».
La artista y exmonja Damcho Dyson pronunció el siguiente discurso sobre su experiencia con el desprestigiado maestro budista Sogyal Rinpoché, acusado de abusos sexuales y malos tratos físicos por muchos miembros de Rigpa —la comunidad fundada por él—, en la XVI conferencia bienal de la Asociación Internacional de Mujeres Budistas Sakyadhita. También intervino la editora y autora Tahlia Newland, que recuerda el momento en que supo de los abusos de su maestro en el siguiente fragmento de su libro Fallout: Recovering from Abuse in Tibetan Buddhism) (Consecuencias: Recuperarse de los abusos en el budismo tibetano). La capellana budista Jack Wicks coordinó y presentó la charla en el evento celebrado en junio en Blue Mountains (Australia), que pueden escuchar aquí.
Esto es abuso || Damcho Dyson
Sogyal Rinpoché fue el primer maestro budista con el que entré en contacto.
Me gustaría mencionar, para todos los que no conocen a Sogyal Rinpoché, que Sogyal no es monje y no está obligado por preceptos que le prohíban mantener relaciones sexuales consentidas.
Como muchas otras personas, lo conocí en un momento en el que ansiaba alguna forma de dar sentido al sufrimiento después de que mi vida hubiera sido desbaratada por una serie de traumas. Cuando creía que no tenía nada que perder, el libro superventas de Sogyal, El libro tibetano de la vida y de la muerte, me dio un gran apoyo y herramientas.
No quería volver a caer en la confusión y el sufrimiento de mi vida, así que, razoné, debía entregar mi ego al maestro y seguirlo a él y al linaje de las enseñanzas del Buda que transmitía. Ya me había dado cuenta de los beneficios de la meditación y la contemplación, así que no hice caso de varias de las cuestiones que surgieron en esa primera época.
Como comunidad, Rigpa tenía una cultura en la que se hacía más hincapié en la fe y la devoción que en el estudio riguroso. Las pocas personas que cuestionaban abiertamente la forma de enseñar de Sogyal eran castigadas de forma ejemplar a través de un diálogo públicamente humillante que podía ocupar toda una sesión de enseñanzas. Sogyal y sus alumnos más antiguos nos decían que estas supuestas sesiones de adiestramiento eran «enseñanzas en actividades» y que la conducta de Sogyal, errática y similar a un berrinche, era «sabiduría loca», y que la forma correcta de verla era cultivar la «percepción pura».
Confiaba ciegamente en la autenticidad de Sogyal y en sus métodos. Cuando me trasladé a Lerab Ling, el principal centro de Rigpa en Francia, me sentí inspirada para ordenarme monja y aspiraba a entregarme al maestro y adiestrarme como los grandes santos del pasado. Por tanto, cuando Sogyal me «corrigió» por primera vez golpeándome en la coronilla con un rascaespaldas de madera, lo tomé como una bendición.
Con los años me fui acercando más a Sogyal y él me dio responsabilidades cada vez mayores en su casa y en sus asuntos personales. Ahora que era su asistente personal, aumentaron la frecuencia y la severidad de los golpes en privado y las humillaciones públicas. Para gran parte de quienes estábamos en el «círculo íntimo» no era extraño tener múltiples chichones en el cráneo o heridas en el cuero cabelludo a causa de los golpes. En una ocasión me desgarró una oreja.
Todos veíamos que sus peores estados de ánimo estaban causados por problemas con las jóvenes atractivas —alumnas a las que engatusaba para mantener relaciones sexuales— que estaban disponibles para él las veinticuatro horas del día, todos los días de la semana. No supe hasta más tarde, porque me lo contaron personalmente algunas de ellas, que las había violado. Habían sido coaccionadas para tener la relación diciéndoles que estaban haciendo la práctica del consorte, el karmamudra.
Pero, de algún modo, nos mantuvimos mutuamente a flote reflexionando en el karma que podíamos estar purificando y el aferramiento al ego que íbamos aflojando.
En 2008, seis años después de ordenarme monja, empecé a tener reviviscencias, tanto en estado de vigilia como dormida, de sus palizas e insultos, y comencé a sentirme físicamente enferma al oír el sonido de su voz. Sogyal me envió a hacer la terapia Rigpa, que era presuntamente una fusión de psicología occidental y el Dharma del Buda. Agradecí tener a alguien con quien poder hablar de mis dificultades, pero el terapeuta también me manipuló, diciéndome que las palizas y suplicios no tenían nada que ver con Sogyal, sino con algunos problemas del pasado que tenía con alguien de mi familia y que había que purificar.
Dos años después, dos maestros visitantes pudieron darse cuenta de que me pasaba algo. Me animaron a hablar con ellos, lo que siempre nos habían desaconsejado porque «nadie va a entenderlo». El primero me dijo que yo estaba demasiado cerca del fuego y por eso me estaba quemando. Me animó a dar un paso atrás, despacio y con habilidad. Unas semanas después, el segundo me dijo: «Esto es abuso».
Al oír esas tres palabras, vi por fin toda la historia de mi «adiestramiento» como lo que era realmente. En los meses siguientes, planeé en secreto cómo huir de Lerab Ling. Cuando por fin lo hice —a finales de 2010— y me escondí en la India, Sogyal me desprestigió y avergonzó públicamente. Tuvieron que pasar por lo menos tres años para que las reviviscencias traumáticas y las pesadillas disminuyeran, y más años hasta que pude pedir ayuda a un terapeuta profesional.
En 2017 me uní a otros siete estudiantes y antiguos estudiantes de Rigpa que querían que Sogyal rindiera cuentas de su conducta. Cada uno de nosotros tenía una historia diferente y cuando hablamos, nos dimos cuenta de que el daño iba mucho más allá de nuestras experiencias individuales. Nuestra carta abierta exponía los principales motivos de preocupación sobre la conducta indebida de Sogyal en relación con los abusos sexuales, físicos, emocionales, económicos y psicológicos infligidos a estudiantes; y las formas en que sus actos habían empañado el aprecio de la gente por la práctica del Dharma.
La carta obtuvo enseguida un gran eco y ha desembocado en la creación de redes de apoyo y en la apertura de investigaciones oficiales en Francia, el Reino Unido y Australia. Desde que fui coautora de esta carta, he oído relatos mucho más extremos y profundamente perturbadores de la conducta abusiva de Sogyal y puedo afirmar que lo que se ha publicado en la prensa y en la investigación oficial apenas rasca la superficie.
La sabiduría oculta por la devoción || Tahlia Newland
En julio de 2017, ocho antiguos estudiantes próximos al maestro budista tibetano Sogyal Rinpoché le enviaron una carta, a él y a sus alumnos, en la que detallaban los abusos emocionales, físicos y sexuales que habían vivido en sus manos, y las décadas de encubrimiento por parte de la dirección de Rigpa, la organización que administra su red de centros de estudio y práctica. Para la mayoría de los estudiantes, la lectura de los testimonios de abusos fue un terrible golpe y tuvo un enorme impacto en su vida.
Sogyal Rinpoché fue mi maestro espiritual durante veinte años, desde 1997 hasta 2017, durante los cuales tuve una visión idealizada e inexacta de la cultura del budismo tibetano. Creé y dirigí el centro de educación a distancia de Rigpa Australia (conocido como el Bush Telegraph), trabajando largas horas sin salario, algo que estaba encantada de hacer, dedicada, como todas las personas que trabajaban para Rigpa, a la causa de difundir el Dharma del Buda en el mundo occidental. Me formé como instructora en 2000 y fui instructora hasta que me marché.
Me convertí en alumna de Sogyal después de mi primer retiro, cuando me dio una introducción a la naturaleza de la mente y luego dijo: «Si lo has entendido, ahora eres mi alumna. Tenemos un samaya (compromiso mutuo con el despertar). No puedes librarte de mí». En aquel momento no sabía lo que era el samaya, pero acepté que él fuera mi maestro porque había vislumbrado lo que supuse que era la naturaleza de mi mente. No tenía ni idea entonces de que si quería obtener las enseñanzas más elevadas tendría que profesar una devoción incondicional a Sogyal. Varios años después, estaba tan inmersa en la abrumadora cultura de Rigpa que fomenté la devoción exigida sin dudarlo.
Solo veía a Sogyal en persona una vez al año, en retiros, y hasta junio de 2017 no tenía ni idea de cómo se comportaba en privado. Como alumna corriente, solo veía lo que veía todo el mundo de él en los retiros, e interactué personalmente con él en contadas ocasiones. En esos momentos, me pareció amable y atento, y nuestras interacciones fueron beneficiosas o desconcertantes, pero nunca dañinas. Confiaba en que nunca haría daño a nadie.
Escribo ahora desde la perspectiva de una espectadora porque así es como yo y muchos de mis amigos vivimos estos acontecimientos. Los abusos en un contexto espiritual no afectan solo a las personas que los sufren directamente; afectan a todos y cada uno de los miembros de una comunidad, y si esto no es más que la historia de cómo uno de esos miembros corrientes pudo pasar página, que así sea. Cuento mi historia con la esperanza de que ayude a otras personas como yo a encontrar la forma de pasar página.
Cuando supe que mi amigo exmonje y otros miembros de Rigpa habían sufrido malos tratos físicos a manos de Sogyal, me liberé en un instante de la dependencia de mi lama, mi gurú. Me di cuenta de que el eje central de mi camino espiritual se basaba en una mentira: mi lama no era quien yo creía que era.
Por mi mente pasaron fugazmente las historias tradicionales de alumnos de grandes maestros que alcanzaron el despertar cuando su maestro los abofeteó con una sandalia o les tiró piedras. Podía darme cuenta de que si algo así había pasado una vez, o al menos en alguna ocasión extraordinaria, podía ser una forma poderosa de hacer que alguien prestara atención, y esa era la idea que estaba detrás de la expresión «sabiduría loca», que se refería al uso por un maestro realizado de actos «no convencionales» para despertar a un alumno. Se suponía que estos actos eran solamente para un alumno excepcional tan avanzado espiritualmente que respondería positivamente a esta conducta, no algo habitual y para todos los estudiantes próximos al maestro. Y los actos tenían como resultado el despertar, no unas lesiones. Las lesiones causadas por los actos de un auténtico maestro de sabiduría loca supuestamente sanaban de forma espontánea e inmediata, pero mi amigo monje dijo que quedó con hematomas.
Nuestros instructores superiores de Rigpa nos habían dicho periódicamente, con gran orgullo, que Sogyal Rinpoché era un gran maestro de la sabiduría loca; alguien que sentía tanto amor y compasión por sus alumnos que estaba dispuesto a despertarlos por todos los medios necesarios, incluso si eso significaba que lo que decía o hacía parecía un tanto severo. Y yo les había creído. Ahora parecía que la historia de la sabiduría loca no había sido más que una explicación oportuna de una conducta que de otro modo se consideraría abusiva.
Yo había visto muchas veces a Sogyal humillar en público a personas, pero estas decían después que lo habían vivido como amor y habían aprendido de ello, por lo que no lo veían dañino, sino que, por el contrario, lo habían vivido como algo útil. Me había imaginado que si ellas no lo vivían como algo dañino, entonces no era dañino para ellas, así que ¿por qué habría de importarme? Sogyal lo había llamado «adiestramiento en actividades». Se suponía que nos convertía en trabajadores más eficientes, mejores jugadores en equipo, algo así, y puesto que incluso yo había aprendido de algunas de las cosas que había indicado a la gente, todo parecía bastante razonable.
Cuando, hace unos años, aparecieron en Internet «acusaciones» de abusos, los instructores superiores de Rigpa impartieron una sesión especial de representación de Rigpa para enseñar a los instructores cómo tratar a los estudiantes que preguntaran sobre las acusaciones de abusos. Yo no había oído nada hasta ese momento. Nos dijeron que no buscáramos en Internet porque cada búsqueda aumentaría el número de visitas en el sitio que publicaba las acusaciones y lo hacía aparecer cuando la gente buscase el nombre de Sogyal. Descalificaron a quienes habían revelado los abusos y me hicieron creer que Sogyal era víctima de ciberacoso.
Yo no había mirado en Internet, no solo porque me habían dicho que no lo hiciera y porque suponía que era una campaña de acoso, sino también porque no había querido poner a prueba mi devoción. Me había dicho a mí misma que mi devoción era inquebrantable, así que nada de lo que leyera iba a cambiar eso. ¡Qué buena estudiante era, sumisa y sin rechistar! Estaba orgullosa de mi fe inquebrantable en mi lama. No había notado antes el orgullo, pero ahora me daba cuenta de que me había impedido incluso querer ver la verdad, y era importante que le gente sí viera el sitio web que enumeraba los testimonios de abuso. Lo que había que hacer no era detener a los ciberacosadores que «perseguían» a Sogyal, sino detener al verdadero acosador: Sogyal.
La destrucción de la confianza en el ámbito espiritual es devastadora. Y si era difícil para mí, mucho más difícil debía de ser para quienes habían sufrido directamente los abusos. Pero la traición, me di cuenta, se extendía a todos mis hermanos y hermanas vajra; incluso si no sabían la verdad, creían en una mentira.
En los retiros, cuando nos encontrábamos ante la conducta gruñona y exigente de Sogyal, nos decían que, para quienes eran el objeto de su aparente agresión, esta era la acción despierta de un maestro de sabiduría loca que aceleraba el progreso espiritual del estudiante. Nos decían que no lo viéramos con nuestra mente ordinaria que juzga, porque esa mente no era de fiar; ocultaba la verdad. Se suponía que la verdad era que lo que aparecía ante nosotros como humillación pública en realidad era un acto de gran bondad. Nos decían que dejásemos que lo que surgiera en nuestra mente se desvaneciera y no nos quedásemos atrapados en eso, que lo viéramos simplemente como algo que surgía y que había que dejar atrás.
Descalificaban nuestra sabiduría innata del discernimiento con la expresión «mente que juzga» y nos enseñaban a no confiar en ella. Reaccionar a nuestra propia intuición de que algo no iba bien en la conducta de Sogyal era considerado signo de ausencia de logros espirituales, así que todos nos esforzábamos para no reaccionar. Nos adiestraban para no confiar en nuestra propia percepción, para ver algo que intuitivamente considerábamos dañino como bondad. Nos adiestraban para mirar los abusos sin quejarnos. ¡Cómo me manipularon!
En esa sesión de representación de Rigpa, yo había hecho lo que los instructores superiores me habían dicho que hiciera: evaluar basándome en mi propia experiencia de mi gurú, no en lo que decían otros que habían experimentado. Sin embargo, oír acusaciones directamente de dos personas en las que confiaba había traído el asunto directamente a mi experiencia. En aquel momento pregunté a una instructora, alguien muy próximo a Sogyal, si algo de eso era cierto. Y ella dijo: «Creemos que no ha hecho daño a nadie».
Había interpretado esas palabras en el sentido de que no había hecho daño a nadie. Ahora me daba cuenta de la palabra clave: «Creemos». Lo que creemos que ocurrió y lo que ocurrió realmente no son siempre lo mismo.
Pasaron por mi mente imágenes de todos los buenos momentos: el amor que sentía en su presencia, la bondad con la que me trataba, los abrazos, el gracias personal; la bendición para mi serie de fantasía Diamond Peak, que era una analogía del camino al despertar; y las prácticas que había hecho bajo su dirección. Luego vinieron las veces que me había rechazado: el regalo en el que había trabajado durante meses y que tiró, la ocasión en que me llamó estúpida, las preguntas que había descartado o ignorado o de las que se había burlado. Y después aparecieron todas esas cositas que había ido apartando de mi mente: cómo nos tuvo sentados durante horas en pleno día en una tienda, en el calor abrasador de un verano australiano; cómo sus sesiones terminaban tan tarde que el almuerzo se hacía dos o tres horas tarde; cómo gritaba a la gente y les tiraba cosas; cambiaba una y otra vez cosas que no hacía falta cambiar; exigía perfección; hacía su práctica durante horas —o llamaba por teléfono— mientras nos tenía allí sentados, mirándolo, sin tener ni idea de qué decía cuando recitaba a toda velocidad innumerables plegarias y prácticas en tibetano. Moví la cabeza. ¿Y ahora qué? Cuando tu camino espiritual se basa en tu confianza en una persona y esa persona destruye tu confianza, ¿qué pasa con tu camino espiritual?
[Pero dejar Rigpa y ponerme del lado de las víctimas de abusos] no fue una decisión que me costara tomar. Tenía muy claro que, no importaba cuál hubiera sido nuestra relación, ahora sabía lo que él era en realidad, y no era una persona a la que pudiera tomar como maestro espiritual.
Fragmento de Fallout: Recovering from Abuse in Tibetan Buddhism (AIA Publishing, 20 de julio de 2019), de Tahlia Newland.
Damcho Dyson es artista, investigadora, amante del látex y ex monja budista.
Tahlia Newland es editora en AIA Publishing y autora de siete novelas de realismo mágico, un volumen de relatos y un libro de no ficción sobre escritura. Su último libro es Fallout: Recovering from Abuse in Tibetan Buddhism. También hace máscaras en su tiempo libre. En 2017 fundó Beyond the Temple (Más allá del templo), blog y foro para exestudiantes de Rigpa y otras personas que lidian con abusos en comunidades budistas.
Original en inglés: This is Abuse, publicado en Tricycle el 15 de julio de 2019.