¿Por qué la psicoterapia? || Ari Goldfield

«Ningún hombre es una isla». John Donne

Cada uno de ustedes tiene sus razones para visitar el sitio web de CredibleMind y, sean cuales fueren las dificultades o cuestiones que les hayan traído aquí, encontrarán listas de libros, vídeos, artículos y podcasts: muchos buenos recursos para explorar y ver qué le resuena a cada uno.

Pero me gustaría centrarme aquí en un recurso difícil de trasladar a un artefacto digital en un sitio web: el de una relación real con un/a psicoterapeuta.

La decisión de empezar una terapia puede ser difícil. Cuesta dinero. Cuesta tiempo. Una vez que se empieza, no sabemos con seguridad cuánto tiempo transcurrirá hasta que se termine.

Y empezar una terapia nos expone a sentirnos vulnerables. Puede dar miedo hablar de cosas de nuestra vida que nos cuestan. También es muy habitual sentir vergüenza e incomodidad por cómo pensamos, sentimos o actuamos a veces, por lo que la perspectiva de hablar de esas partes de nuestra vida con alguien desconocido puede ser abrumadora.

Luego está el pensamiento: «Debería poder resolver esto por mí mismo». Yo creí eso durante años: depender de la ayuda de otra persona significaba que, de algún modo, yo era un fracaso. Lo único que tenía que hacer era ponerme en serio, trabajar con más ahínco y resolverlo yo solo.

En un momento determinado, me sentí dolorosamente atascado. Me di cuenta de que no podía arreglarme a mí mismo. No estaba seguro de que pudiera ayudarme otra persona, pero pensé ir a hablar con un/a terapeuta y ver qué pasaba. Cuando lo hice, tuve una experiencia extraordinaria y sorprendente: me sentí maravillosamente bien por empezar una relación con alguien cuyo único propósito era el deseo de ayudarme. Y no solo eso: experimenté cómo mi terapeuta me escuchaba con atención y me tomaba en serio. Me ofreció reflexiones para que las tuviera en cuenta y normalizó mis pensamientos y sentimientos para que no me sintiera raro o defectuoso. Con el tiempo, me ayudó a comprender qué era lo que me retenía atascado y qué podía hacer para cambiar eso. Y, la mejor sensación de todas, me ayudó a darme cuenta de que era incondicionalmente merecedor de amor incondicional. Creo que conseguí una auténtica ganga a cambio de mi tiempo y mi dinero.

Una lección vital que aprendí es esta: una parte significativa de las dificultades psicológicas que experimenta cualquier persona deriva de unas relaciones interpersonales problemáticas, normalmente (pero no siempre) las que tuvimos en nuestra familia de origen. Por tanto, es esencial una relación interpersonal correctiva para nuestro proceso de curación. Los libros, los vídeos e incluso los medicamentos solo pueden llevarnos hasta cierto punto. Puesto que la relación fue la fuente del problema, la relación es una gran parte de la solución. Y por eso la psicoterapia puede ayudarnos tanto: porque ninguno de nosotros es una isla.

 

Texto original en inglés: Why Psychotherapy?

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Esto es abuso || Damcho Dyson y Tahlia Newland

Damcho Dyson (desde la izquierda), Tahlia Newland y Jack Wicks en la XVI conferencia bienal de la Asociación Internacional de Mujeres Budistas Sakyadhita. | Olivier Adam

Dos exestudiantes de Rigpa recuerdan el comportamiento abusivo de su maestro y el momento en el que se dieron cuenta de que no era «sabiduría loca».

 

La artista y exmonja Damcho Dyson pronunció el siguiente discurso sobre su experiencia con el desprestigiado maestro budista Sogyal Rinpoché, acusado de abusos sexuales y malos tratos físicos por muchos miembros de Rigpa —la comunidad fundada por él—, en la XVI conferencia bienal de la Asociación Internacional de Mujeres Budistas Sakyadhita. También intervino la editora y autora Tahlia Newland, que recuerda el momento en que supo de los abusos de su maestro en el siguiente fragmento de su libro Fallout: Recovering from Abuse in Tibetan Buddhism) (Consecuencias: Recuperarse de los abusos en el budismo tibetano). La capellana budista Jack Wicks coordinó y presentó la charla en el evento celebrado en junio en Blue Mountains (Australia), que pueden escuchar aquí.

 

Esto es abuso || Damcho Dyson

Sogyal Rinpoché fue el primer maestro budista con el que entré en contacto.

Me gustaría mencionar, para todos los que no conocen a Sogyal Rinpoché, que Sogyal no es monje y no está obligado por preceptos que le prohíban mantener relaciones sexuales consentidas.

Como muchas otras personas, lo conocí en un momento en el que ansiaba alguna forma de dar sentido al sufrimiento después de que mi vida hubiera sido desbaratada por una serie de traumas. Cuando creía que no tenía nada que perder, el libro superventas de Sogyal, El libro tibetano de la vida y de la muerte, me dio un gran apoyo y herramientas.

No quería volver a caer en la confusión y el sufrimiento de mi vida, así que, razoné, debía entregar mi ego al maestro y seguirlo a él y al linaje de las enseñanzas del Buda que transmitía. Ya me había dado cuenta de los beneficios de la meditación y la contemplación, así que no hice caso de varias de las cuestiones que surgieron en esa primera época.

Como comunidad, Rigpa tenía una cultura en la que se hacía más hincapié en la fe y la devoción que en el estudio riguroso. Las pocas personas que cuestionaban abiertamente la forma de enseñar de Sogyal eran castigadas de forma ejemplar a través de un diálogo públicamente humillante que podía ocupar toda una sesión de enseñanzas. Sogyal y sus alumnos más antiguos nos decían que estas supuestas sesiones de adiestramiento eran «enseñanzas en actividades» y que la conducta de Sogyal, errática y similar a un berrinche, era «sabiduría loca», y que la forma correcta de verla era cultivar la «percepción pura».

Confiaba ciegamente en la autenticidad de Sogyal y en sus métodos. Cuando me trasladé a Lerab Ling, el principal centro de Rigpa en Francia, me sentí inspirada para ordenarme monja y aspiraba a entregarme al maestro y adiestrarme como los grandes santos del pasado. Por tanto, cuando Sogyal me «corrigió» por primera vez golpeándome en la coronilla con un rascaespaldas de madera, lo tomé como una bendición.

Con los años me fui acercando más a Sogyal y él me dio responsabilidades cada vez mayores en su casa y en sus asuntos personales. Ahora que era su asistente personal, aumentaron la frecuencia y la severidad de los golpes en privado y las humillaciones públicas. Para gran parte de quienes estábamos en el «círculo íntimo» no era extraño tener múltiples chichones en el cráneo o heridas en el cuero cabelludo a causa de los golpes. En una ocasión me desgarró una oreja.

Todos veíamos que sus peores estados de ánimo estaban causados por problemas con las jóvenes atractivas —alumnas a las que engatusaba para mantener relaciones sexuales— que estaban disponibles para él las veinticuatro horas del día, todos los días de la semana. No supe hasta más tarde, porque me lo contaron personalmente algunas de ellas, que las había violado. Habían sido coaccionadas para tener la relación diciéndoles que estaban haciendo la práctica del consorte, el karmamudra.

Pero, de algún modo, nos mantuvimos mutuamente a flote reflexionando en el karma que podíamos estar purificando y el aferramiento al ego que íbamos aflojando.

En 2008, seis años después de ordenarme monja, empecé a tener reviviscencias, tanto en estado de vigilia como dormida, de sus palizas e insultos, y comencé a sentirme físicamente enferma al oír el sonido de su voz. Sogyal me envió a hacer la terapia Rigpa, que era presuntamente una fusión de psicología occidental y el Dharma del Buda. Agradecí tener a alguien con quien poder hablar de mis dificultades, pero el terapeuta también me manipuló, diciéndome que las palizas y suplicios no tenían nada que ver con Sogyal, sino con algunos problemas del pasado que tenía con alguien de mi familia y que había que purificar.

Dos años después, dos maestros visitantes pudieron darse cuenta de que me pasaba algo. Me animaron a hablar con ellos, lo que siempre nos habían desaconsejado porque «nadie va a entenderlo». El primero me dijo que yo estaba demasiado cerca del fuego y por eso me estaba quemando. Me animó a dar un paso atrás, despacio y con habilidad. Unas semanas después, el segundo me dijo: «Esto es abuso».

Al oír esas tres palabras, vi por fin toda la historia de mi «adiestramiento» como lo que era realmente. En los meses siguientes, planeé en secreto cómo huir de Lerab Ling. Cuando por fin lo hice —a finales de 2010— y me escondí en la India, Sogyal me desprestigió y avergonzó públicamente. Tuvieron que pasar por lo menos tres años para que las reviviscencias traumáticas y las pesadillas disminuyeran, y más años hasta que pude pedir ayuda a un terapeuta profesional.

En 2017 me uní a otros siete estudiantes y antiguos estudiantes de Rigpa que querían que Sogyal rindiera cuentas de su conducta. Cada uno de nosotros tenía una historia diferente y cuando hablamos, nos dimos cuenta de que el daño iba mucho más allá de nuestras experiencias individuales. Nuestra carta abierta exponía los principales motivos de preocupación sobre la conducta indebida de Sogyal en relación con los abusos sexuales, físicos, emocionales, económicos y psicológicos infligidos a estudiantes; y las formas en que sus actos habían empañado el aprecio de la gente por la práctica del Dharma.

La carta obtuvo enseguida un gran eco y ha desembocado en la creación de redes de apoyo y en la apertura de investigaciones oficiales en Francia, el Reino Unido y Australia. Desde que fui coautora de esta carta, he oído relatos mucho más extremos y profundamente perturbadores de la conducta abusiva de Sogyal y puedo afirmar que lo que se ha publicado en la prensa y en la investigación oficial apenas rasca la superficie.

 

La sabiduría oculta por la devoción || Tahlia Newland

En julio de 2017, ocho antiguos estudiantes próximos al maestro budista tibetano Sogyal Rinpoché le enviaron una carta, a él y a sus alumnos, en la que detallaban los abusos emocionales, físicos y sexuales que habían vivido en sus manos, y las décadas de encubrimiento por parte de la dirección de Rigpa, la organización que administra su red de centros de estudio y práctica. Para la mayoría de los estudiantes, la lectura de los testimonios de abusos fue un terrible golpe y tuvo un enorme impacto en su vida.

Sogyal Rinpoché fue mi maestro espiritual durante veinte años, desde 1997 hasta 2017, durante los cuales tuve una visión idealizada e inexacta de la cultura del budismo tibetano. Creé y dirigí el centro de educación a distancia de Rigpa Australia (conocido como el Bush Telegraph), trabajando largas horas sin salario, algo que estaba encantada de hacer, dedicada, como todas las personas que trabajaban para Rigpa, a la causa de difundir el Dharma del Buda en el mundo occidental. Me formé como instructora en 2000 y fui instructora hasta que me marché.

Me convertí en alumna de Sogyal después de mi primer retiro, cuando me dio una introducción a la naturaleza de la mente y luego dijo: «Si lo has entendido, ahora eres mi alumna. Tenemos un samaya (compromiso mutuo con el despertar). No puedes librarte de mí». En aquel momento no sabía lo que era el samaya, pero acepté que él fuera mi maestro porque había vislumbrado lo que supuse que era la naturaleza de mi mente. No tenía ni idea entonces de que si quería obtener las enseñanzas más elevadas tendría que profesar una devoción incondicional a Sogyal. Varios años después, estaba tan inmersa en la abrumadora cultura de Rigpa que fomenté la devoción exigida sin dudarlo.

Solo veía a Sogyal en persona una vez al año, en retiros, y hasta junio de 2017 no tenía ni idea de cómo se comportaba en privado. Como alumna corriente, solo veía lo que veía todo el mundo de él en los retiros, e interactué personalmente con él en contadas ocasiones. En esos momentos, me pareció amable y atento, y nuestras interacciones fueron beneficiosas o desconcertantes, pero nunca dañinas. Confiaba en que nunca haría daño a nadie.

Escribo ahora desde la perspectiva de una espectadora porque así es como yo y muchos de mis amigos vivimos estos acontecimientos. Los abusos en un contexto espiritual no afectan solo a las personas que los sufren directamente; afectan a todos y cada uno de los miembros de una comunidad, y si esto no es más que la historia de cómo uno de esos miembros corrientes pudo pasar página, que así sea. Cuento mi historia con la esperanza de que ayude a otras personas como yo a encontrar la forma de pasar página.

Cuando supe que mi amigo exmonje y otros miembros de Rigpa habían sufrido malos tratos físicos a manos de Sogyal, me liberé en un instante de la dependencia de mi lama, mi gurú. Me di cuenta de que el eje central de mi camino espiritual se basaba en una mentira: mi lama no era quien yo creía que era.

Por mi mente pasaron fugazmente las historias tradicionales de alumnos de grandes maestros que alcanzaron el despertar cuando su maestro los abofeteó con una sandalia o les tiró piedras. Podía darme cuenta de que si algo así había pasado una vez, o al menos en alguna ocasión extraordinaria, podía ser una forma poderosa de hacer que alguien prestara atención, y esa era la idea que estaba detrás de la expresión «sabiduría loca», que se refería al uso por un maestro realizado de actos «no convencionales» para despertar a un alumno. Se suponía que estos actos eran solamente para un alumno excepcional tan avanzado espiritualmente que respondería positivamente a esta conducta, no algo habitual y para todos los estudiantes próximos al maestro. Y los actos tenían como resultado el despertar, no unas lesiones. Las lesiones causadas por los actos de un auténtico maestro de sabiduría loca supuestamente sanaban de forma espontánea e inmediata, pero mi amigo monje dijo que quedó con hematomas.

Nuestros instructores superiores de Rigpa nos habían dicho periódicamente, con gran orgullo, que Sogyal Rinpoché era un gran maestro de la sabiduría loca; alguien que sentía tanto amor y compasión por sus alumnos que estaba dispuesto a despertarlos por todos los medios necesarios, incluso si eso significaba que lo que decía o hacía parecía un tanto severo. Y yo les había creído. Ahora parecía que la historia de la sabiduría loca no había sido más que una explicación oportuna de una conducta que de otro modo se consideraría abusiva.

Yo había visto muchas veces a Sogyal humillar en público a personas, pero estas decían después que lo habían vivido como amor y habían aprendido de ello, por lo que no lo veían dañino, sino que, por el contrario, lo habían vivido como algo útil. Me había imaginado que si ellas no lo vivían como algo dañino, entonces no era dañino para ellas, así que ¿por qué habría de importarme? Sogyal lo había llamado «adiestramiento en actividades». Se suponía que nos convertía en trabajadores más eficientes, mejores jugadores en equipo, algo así, y puesto que incluso yo había aprendido de algunas de las cosas que había indicado a la gente, todo parecía bastante razonable.

Cuando, hace unos años, aparecieron en Internet «acusaciones» de abusos, los instructores superiores de Rigpa impartieron una sesión especial de representación de Rigpa para enseñar a los instructores cómo tratar a los estudiantes que preguntaran sobre las acusaciones de abusos. Yo no había oído nada hasta ese momento. Nos dijeron que no buscáramos en Internet porque cada búsqueda aumentaría el número de visitas en el sitio que publicaba las acusaciones y lo hacía aparecer cuando la gente buscase el nombre de Sogyal. Descalificaron a quienes habían revelado los abusos y me hicieron creer que Sogyal era víctima de ciberacoso.

Yo no había mirado en Internet, no solo porque me habían dicho que no lo hiciera y porque suponía que era una campaña de acoso, sino también porque no había querido poner a prueba mi devoción. Me había dicho a mí misma que mi devoción era inquebrantable, así que nada de lo que leyera iba a cambiar eso. ¡Qué buena estudiante era, sumisa y sin rechistar! Estaba orgullosa de mi fe inquebrantable en mi lama. No había notado antes el orgullo, pero ahora me daba cuenta de que me había impedido incluso querer ver la verdad, y era importante que le gente sí viera el sitio web que enumeraba los testimonios de abuso. Lo que había que hacer no era detener a los ciberacosadores que «perseguían» a Sogyal, sino detener al verdadero acosador: Sogyal.

La destrucción de la confianza en el ámbito espiritual es devastadora. Y si era difícil para mí, mucho más difícil debía de ser para quienes habían sufrido directamente los abusos. Pero la traición, me di cuenta, se extendía a todos mis hermanos y hermanas vajra; incluso si no sabían la verdad, creían en una mentira.

En los retiros, cuando nos encontrábamos ante la conducta gruñona y exigente de Sogyal, nos decían que, para quienes eran el objeto de su aparente agresión, esta era la acción despierta de un maestro de sabiduría loca que aceleraba el progreso espiritual del estudiante. Nos decían que no lo viéramos con nuestra mente ordinaria que juzga, porque esa mente no era de fiar; ocultaba la verdad. Se suponía que la verdad era que lo que aparecía ante nosotros como humillación pública en realidad era un acto de gran bondad. Nos decían que dejásemos que lo que surgiera en nuestra mente se desvaneciera y no nos quedásemos atrapados en eso, que lo viéramos simplemente como algo que surgía y que había que dejar atrás.

Descalificaban nuestra sabiduría innata del discernimiento con la expresión «mente que juzga» y nos enseñaban a no confiar en ella. Reaccionar a nuestra propia intuición de que algo no iba bien en la conducta de Sogyal era considerado signo de ausencia de logros espirituales, así que todos nos esforzábamos para no reaccionar. Nos adiestraban para no confiar en nuestra propia percepción, para ver algo que intuitivamente considerábamos dañino como bondad. Nos adiestraban para mirar los abusos sin quejarnos. ¡Cómo me manipularon!

En esa sesión de representación de Rigpa, yo había hecho lo que los instructores superiores me habían dicho que hiciera: evaluar basándome en mi propia experiencia de mi gurú, no en lo que decían otros que habían experimentado. Sin embargo, oír acusaciones directamente de dos personas en las que confiaba había traído el asunto directamente a mi experiencia. En aquel momento pregunté a una instructora, alguien muy próximo a Sogyal, si algo de eso era cierto. Y ella dijo: «Creemos que no ha hecho daño a nadie».

Había interpretado esas palabras en el sentido de que no había hecho daño a nadie. Ahora me daba cuenta de la palabra clave: «Creemos». Lo que creemos que ocurrió y lo que ocurrió realmente no son siempre lo mismo.

Pasaron por mi mente imágenes de todos los buenos momentos: el amor que sentía en su presencia, la bondad con la que me trataba, los abrazos, el gracias personal; la bendición para mi serie de fantasía Diamond Peak, que era una analogía del camino al despertar; y las prácticas que había hecho bajo su dirección. Luego vinieron las veces que me había rechazado: el regalo en el que había trabajado durante meses y que tiró, la ocasión en que me llamó estúpida, las preguntas que había descartado o ignorado o de las que se había burlado. Y después aparecieron todas esas cositas que había ido apartando de mi mente: cómo nos tuvo sentados durante horas en pleno día en una tienda, en el calor abrasador de un verano australiano; cómo sus sesiones terminaban tan tarde que el almuerzo se hacía dos o tres horas tarde; cómo gritaba a la gente y les tiraba cosas; cambiaba una y otra vez cosas que no hacía falta cambiar; exigía perfección; hacía su práctica durante horas —o llamaba por teléfono— mientras nos tenía allí sentados, mirándolo, sin tener ni idea de qué decía cuando recitaba a toda velocidad innumerables plegarias y prácticas en tibetano. Moví la cabeza. ¿Y ahora qué? Cuando tu camino espiritual se basa en tu confianza en una persona y esa persona destruye tu confianza, ¿qué pasa con tu camino espiritual?

[Pero dejar Rigpa y ponerme del lado de las víctimas de abusos] no fue una decisión que me costara tomar. Tenía muy claro que, no importaba cuál hubiera sido nuestra relación, ahora sabía lo que él era en realidad, y no era una persona a la que pudiera tomar como maestro espiritual.

Fragmento de Fallout: Recovering from Abuse in Tibetan Buddhism (AIA Publishing, 20 de julio de 2019), de Tahlia Newland.

Damcho Dyson es artista, investigadora, amante del látex y ex monja budista.
Tahlia Newland es editora en AIA Publishing y autora de siete novelas de realismo mágico, un volumen de relatos y un libro de no ficción sobre escritura. Su último libro es Fallout: Recovering from Abuse in Tibetan Buddhism. También hace máscaras en su tiempo libre. En 2017 fundó Beyond the Temple (Más allá del templo), blog y foro para exestudiantes de Rigpa y otras personas que lidian con abusos en comunidades budistas.

Original en inglés: This is Abuse, publicado en Tricycle el 15 de julio de 2019.

 

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Cómo el ‘mindfulness’ privatizó un problema social || Hettie O’Brien

En diciembre de 2008, mientras desahuciaba a los inquilinos de un enorme edificio de hormigón del sur de Londres, el ayuntamiento de Southwark llevó a cabo una notable hazaña de autocomplacencia. Aunque los residentes no lo sabían en aquel momento, todos los apartamentos de la urbanización que sustituyó al complejo de Heygate iban a ser vendidos a inversores extranjeros pese a las reiteradas promesas del ayuntamiento de que iba a construir nuevas viviendas sociales.

Reconociendo que la gente estaba «estresada», los concejales contrataron a coaches personales y «ministros espirituales» para que impartieran talleres que enseñasen a los residentes cómo progresar emocionalmente. La empresa que estaba tras el taller, Happiness Project, fue fundada por el psicólogo positivo británico Robert Holden, autor de Shift Happens!. El lema de la empresa era: «El éxito es un estado de ánimo, la felicidad es una forma de viajar, el amor es tu auténtico poder».

Que unas personas que estaban a punto de perder sus casas estuvieran estresadas no es sorprendente. El ayuntamiento animó a los residentes a mirar hacia adentro, hacia la química de sus cerebros, y al hacerlo asumió el papel de solución en lugar del de causa del problema. Su respuesta tipificaba la idea de «voluntarismo mágico» que el escritor Mark Fisher describió como «la creencia de que cada persona tiene el poder de ser lo que quiera ser».

La conexión entre estrés y economía está bien documentada. En su libro de 2009 Igualdad: Cómo las sociedades más igualitarias mejoran el bienestar colectivo, Kate Pickett y Richard Wilkinson identificaron una fuerte correlación entre la desigualdad y los informes de mala salud mental. En un informe publicado el mes pasado, Dainius Puras, relator especial de la ONU sobre el derecho a la salud, afirmó que afrontar la desigualdad sería un profiláctico más eficaz para la mala salud mental que el exceso de terapia o de medicación.

Pero los gobiernos suelen optar por tratamientos centrados en el individuo y no en las enfermedades sociales. «La mayoría no quiere pensar que sus políticas podrían estar contribuyendo a causar problemas en primer lugar», dice David Harper, psicólogo clínico de la Universidad del Este de Londres. En el Reino Unido, el Instituto Nacional para la Salud y la Excelencia Clínica (NICE, por sus siglas en inglés) recomienda la terapia cognitiva-conductual (TCC), un tratamiento centrado en crear conciencia de las emociones negativas y desarrollar estrategias de respuesta.

La obsesión por los síntomas de enfermedad mental en lugar de por sus causas sociales se debe a que no hay «un gran grupo de presión farmacéutico que apoye la prevención», dice Harper. Tratamientos como la TCC han resultado ser una vara rentable para arrear a las personas con enfermedades mentales fuera de las ayudas sociales. Como ministro de Economía y Finanzas, George Osborne introdujo la terapia para 40.000 beneficiarios de la prestación por desempleo dentro de un plan para volver al mercado laboral.

«Se ha creado una industria en torno al “sujeto estresado”», dice Ronald Purser, veterano budista y profesor de la Universidad Estatal de San Francisco. Su motivo de preocupación concreto es la comercialización del mindfulness («atención plena»), cuyo carácter original de práctica budista radical se ha perdido casi por completo. «El discurso dominante del “mindfulness” es que todo el estrés está en tu cabeza», dice. «No puedes separar al individuo del entorno. Somos seres sociales encarnados».

El mindfulness es la práctica psicológica de enfocar la atención en las experiencias del momento presente. La ofrece el Servicio Nacional de Salud, la recomienda el NICE y, al igual que la TCC, fomenta el desarrollo de estrategias de respuesta. En su nuevo libro McMindfulness, Purser apunta a la lucrativa industria del «mindfulness» que, en 2017, tenía un valor aproximado de 4,2 billones de dólares estadounidenses (3,4 billones de libras esterlinas). Más de 100.000 libros a la venta en Amazon contienen una variación de la palabra mindfulness en su título. El ejército estadounidense ofrece clases de entrenamiento en mindfulness. En 2007, Google lanzó un curso de mindfulness titulado «Busca dentro de ti», que se ha convertido en una entidad sin ánimo de lucro. «Allí es cuando empecé a desconfiar en serio», señala Purser.

El movimiento del mindfulness despegó en 1979, cuando uno de sus progenitores, Jon Kabat-Zinn, fundó una clínica de reducción del estrés en la Universidad de Massachusetts… el mismo año que Margaret Thatcher se convirtió en primera ministra y un año antes de que Ronald Reagan fuera elegido presidente de Estados Unidos. Purser dice que el mindfulness se ha convertido en el mecanismo de respuesta perfecto para el capitalismo neoliberal: privatiza el estrés y anima a la gente a localizar la causa de los dolencias mentales en su propia ética profesional. Como estrategia psicológica promueve una forma particular de revolución: una que tiene lugar dentro de la cabeza de unas personas obsesionadas con la transformación de sí mismas y no como lucha para superar el sufrimiento colectivo.

Es peligroso generalizar sobre la salud mental. Para algunas personas, las prácticas contemplativas podrían ser la clave para reducir el sufrimiento. Cuando le digo eso, Purser cita a la feminista estadounidense Audre Lorde, que escribió: «El autocuidado no es autoindulgencia, es autopreservación y un acto de guerra política». En McMindfulness alega que «reducir el sufrimiento es una meta noble y debería alentarse». Pero las terapias como el mindfulness, advierte, tal como se practican actualmente, perpetúan una forma de «optimismo cruel».

Nos dicen que el mindfulness es el camino a la felicidad y la seguridad, sean cual sean nuestras circunstancias, y que el éxito, como Happiness Project dijo piadosamente a los residentes de Heygate que habían perdido sus casas, no es más que «un estado de ánimo».

 

Texto original en inglés: How mindfulness privatised a social problem, publicado por NewStateman el 7 de julio de 2019.

Relacionado: La falsa revolución del mindfulness, McMindfulness es la nueva espiritualidad capitalista, de Ronald Purser. Traducción y corrección de Dokushô Villalba.

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Lo más valioso || Ari Goldfield

Sea cual sea la prueba, el amor puede superarla.
Por intenso que sea el sentimiento, el amor es más fuerte.
Por difícil que sea de sostener, el amor puede sostenerlo.

 

Este es un pequeño poema que me escribí a mí mismo hace unos años, en un momento difícil. Mi esposa estaba enferma y nos costaba cumplir algunos compromisos profesionales importantes y atender al mismo tiempo a nuestro hijo de corta edad. En un momento especialmente estresante, me pregunté: «¿Qué tengo que pueda ayudarme a superar esto?». La respuesta de una palabra fue: «Amor».

El amor es lo más valioso que tengo. Recordar el amor —en ese momento difícil y también, con la mayor frecuencia posible, en otros momentos— es lo más importante que sé. Por eso en este artículo, el primero que escribo aquí, quiero compartir con vosotros algo sobre el amor; quiero daros lo mejor primero.

El amor es valioso porque es útil. ¿Y eso por qué? Pensad en que nuestras vidas son un entramado interconectado de relaciones: relaciones que tenemos con nosotros mismos, con otros, con nuestro entorno; con toda nuestra experiencia. ¿Y cómo podemos asegurarnos de que estas relaciones son sanas, dichosas y significativas para nosotros? Conectándolas a tierra con amor, llenándolas de amor y sosteniéndolas con amor.

¿Significa esto que nos tienen que gustar todas las personas de nuestra vida, todo lo relativo al mundo y todas las experiencias que tenemos? ¿Que nunca deberíamos sentir enfado, tristeza o desagrado? En absoluto. En realidad, el amor consiste en aceptar la existencia de todas nuestras emociones y de todas las partes de nuestra experiencia, tanto las agradables como las desagradables.

Por eso podemos entender este tipo de amor, más concretamente, como «el espacio que alberga la consciencia amorosa». Esto significa que nos relacionamos con el hecho de que nuestra conciencia tiene espacio para todo lo que surge en nuestra experiencia. Sea lo que sea, podemos practicar acogiéndolo en nuestra experiencia de un modo cálido y amable. Y resulta curioso que las experiencias fuertes de felicidad y placer pueden ser tan generadoras de ansiedad y tan desestabilizadoras como las experiencias negativas. Así que, pase lo que pase, podemos practicar dándole espacio sin dejar que nos haga perder los nervios.

Y hacer eso conlleva, sin duda, práctica. Así que, si os intimida la idea de acogeros y acoger vuestra experiencia con aceptación amorosa o si lo habéis intentado y creéis que no podéis hacerlo, sabed que estáis en buena y numerosa compañía. Como observó el maestro zen Kobun Chino Roshi: «Lo más difícil es aceptarse a uno mismo».

La buena noticia es que, a pesar de su dificultad, sigue siendo posible. Es posible aceptarte con amor porque eres digno de amor. Lo mereces; todos lo merecemos. Puede que no lo creas, quizá porque nadie te ha animado nunca a aceptar con amor todas las partes de ti. Pero si empiezas haciéndote ese regalo ahora, te prometo que, poco a poco, notarás una diferencia grande y positiva.

 

Texto original en inglés: The Most Valuable Thing, publicado el 22 de julio de 2019 en CredibleMind.

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Un católico y miembro de Shambhala reflexiona sobre los abusos en instituciones religiosas || Justin Whitaker

Este mes pregunté en mi blog de Patheos por qué la gente no puede abandonar sin más el budismo Shambhala.

Era una pregunta un poco retórica: poder, pueden y algunas personas se han marchado. Y quienes deciden quedarse lo harán por diversas razones. Pero para quienes lo vemos desde fuera, es una pregunta que surge cada vez que se demuestra que una organización es profundamente corrupta y abusiva.

Como respondí a alguien que dejó un comentario en mi blog en el que defendía la idea de quedarse en Shambhala:

Creo que la filiación religiosa a veces se parece mucho a las relaciones amorosas. Puede que muchos de los que estamos fuera veamos lo que pensamos que es claramente disfuncional y abusivo, pero convencer a la persona que está en la relación/el grupo religioso es otra cuestión totalmente diferente.

Podemos señalar los testimonios de abusos (si lees los tres informes y crees aunque sea la mitad de los relatos de primera mano, es bastante abrumador). Podemos señalar grupos paralelos como la Nueva Tradición Kadampa o Rigpa o incluso el movimiento Rajneesh o el Templo del Pueblo (aunque siempre serán diferentes en muchos sentidos) para mostrar que la gente sí encuentra beneficios en lo que desde fuera se clasificarán generalmente como grupos religiosos peligrosos. Y podemos esgrimir ejemplos de comunidades religiosas «buenas» bastante similares (¿?) a lo que consideramos grupo perjudicial, con la esperanza de que la gente vea que pueden marcharse y seguir teniendo unas bonitas prácticas y una comunidad.

Aquí es donde estoy ahora mismo respecto de Shambhala. Sigo estando fuera, pero tengo una buena formación en budismo tibetano y occidental. Yo sugeriría una cautela extrema a quienes estén interesados en entrar y pediría una profunda introspección a quienes estén en el grupo y estén pensando si se quedan o se van. Pero, al final, la decisión depende de cada uno.

El catolicismo es todo un tema de por sí. Yo fui educado como católico y aún me identifico en muchos aspectos como «culturalmente católico» aunque no sigo las doctrinas fundamentales de la Iglesia ni comulgo. Sin embargo, sí encuentro muchas cosas hermosas en las enseñanzas católicas y he llegado a apreciar muchas de ellas, especialmente las prácticas espirituales de los jesuitas.

Carl McColman, que escribe para los canales católico y contemplativo de Patheos, reflexiona sobre su camino tanto en el catolicismo como en el budismo Shambhala.

Claro que sé cómo elegir (dice él con tristeza).

Las dos organizaciones a las que he recurrido para recibir formación contemplativa en los últimos diez años —la Iglesia católica y el budismo Shambhala— han sido sacudidas por escándalos de abusos y encubrimiento.

Prosigue con una sensibilidad y una madurez que encuentro reconfortantes en este debate; y todo esto de alguien que ha decidido quedarse en ambas instituciones:

Estoy convencido de que la inmensa mayoría de los budistas Shambhala y católicos contemplativos son realmente personas de buen corazón que nos hemos afiliado a estas instituciones porque queremos apoyo en nuestro crecimiento espiritual. Pero creo que sería irresponsable no hacer la pregunta: «¿Debería abandonar esta institución deteriorada y tóxica?» Cada uno de nosotros tendrá que responder a esa pregunta individualmente. Algunas personas han recibido tanto daño (directa o indirectamente) de la institución que necesitan marcharse. Espero que estas personas encuentren la ayuda y la curación que merecen, sea la que sea.

Con esto coincido sin reservas. Prosigue, y creo que aquí es donde se muestra más profundo:

Puede que otras personas se sientan tan enfadadas, tan traicionadas o tan desoladas por las deficiencias de la organización que ya no sean capaces de relacionarse con ella si no es desde un lugar de profundo enfado, profundo duelo o profunda amargura. En esta situación, la relación es como un matrimonio que se ha vuelto tóxico (por la razón que sea). De nuevo, puede que necesiten marcharse. Pero si deciden quedarse, confío en que se queden por las razones correctas.

Un matrimonio tóxico necesita ser curado o darse por terminado, con suerte de un modo compasivo. Pero perseverar sin más en un matrimonio nocivo sin hacer el difícil trabajo de curarlo es como tomar un poco de veneno cada día: no es suficiente para matarte, pero sin duda te reduce la vida.

Esto nos lleva a esta pregunta: «¿Puedo quedarme en esta relación y trabajar para curarla?» Esa es, para mí, la única razón sensata por la que alguien querría seguir siendo católico o budista en Shambhala. Es decir: «He visto de primera mano lo bueno que hay en los ideales y las enseñanzas y la cultura de esta tradición. Desde luego, ahora sé cuánta toxicidad hay también. Estoy dispuesto a luchar por lo bueno, pero eso significa que tengo que luchar contra lo malo».

Y donde discrepo de él es en esta opción, matizada y meditada como es, de quedarse en las dos organizaciones contra la corriente de lo que llama «mentalidad derrotista»:

Mucha gente es escéptica con instituciones jerárquicas como la Iglesia católica o con organizaciones centralizadas como Shambhala. «Los laicos no tienen poder», dicen. «El cambio será demasiado poco y demasiado tarde». «No puedes deshacer problemas que se han gestado durante siglos».

Comprendo de dónde vienen esos pensamientos y no quiero restar importancia a los obstáculos para el cambio que existen actualmente. Pero no quiero ceder a la mentalidad derrotista. Este tipo de afirmaciones son, con razón, un desafío para quienes decidimos quedarnos en las organizaciones tóxicas.

De nuevo, el catolicismo no es mi especialidad ni mi tema de interés, pero creo que es realmente una religión en la que es más fácil quedarse precisamente porque es tan grande y diversa. Shambhala es bastante nueva y, por lo que me dicen, en los últimos años se ha desviado de hecho de sus raíces tibetanas históricas.

Continúa McColman:

Así es como yo lo veo. La Iglesia católica es como un edificio en llamas. La mayoría de la gente querrá, razonablemente, estar lo más lejos posible del peligro. Pero si todos nos marchamos, el edificio está sentenciado. Algunos tenemos que ser bomberos y trabajar para limitar los daños y apagar las llamas.

Es un trabajo peligroso. Para hacerlo hay que entrar en el edificio.

Toda esta analogía me resulta muy alarmante. ¿Desde cuándo es el edificio tan importante que hay personas que entran corriendo en él mientras se quema? Para mí, la religión es una institución construida para nosotros. Si se está quemando, lo mejor es salir. Especialmente si —por seguir con esta analogía— no somos bomberos entrenados y las personas que lo son —los líderes de cada institución— están arrojando activamente gasolina en el edificio.

Aquí creo que McColman es demasiado optimista. Sin embargo, aclara:

El «edificio» no es la iglesia institucional, sino la tradición de sabiduría. Eso es cierto tanto para el catolicismo como para el vajrayana. El edificio no es la jerarquía, sino la comunidad, por eso vale la pena salvarlo.

El causante del incendio no es Jesús ni el Evangelio. Ni la tradición contemplativa y mística.

El incendio ha sido causado por sistemas de poder tóxicos, ideas desfasadas sobre el género y la sexualidad, y una jerarquía que domina en lugar de servir. Eso es lo que los bomberos debemos trabajar para apagar.

Puedo estar de acuerdo con esto. Pero, de nuevo, en el caso de Shambhala, la tradición de sabiduría se basaba en el budismo tibetano y se puede acudir a muchos maestros budistas tibetanos, muchas mujeres entre ellos, que están libres (o al menos más libres) de las toxinas de Shambhala. Creo que lo que ha pasado en Shambhala es mucho peor que el patriarcado desbocado sin más.

McColman continúa sugiriendo algunos cambios radicales necesarios para el catolicismo. Dudo que veamos muchos de ellos en nuestra vida (y solo tengo 38 años). Pero son algunos pasos claros y fuertes.

Pero me doy cuenta de que no puedo quedarme en la iglesia y fingir que no estoy profundamente convencido de que toda nuestra estructura de gobierno debe cambiar.

Ante lo cual yo podría decir, con cierto sarcasmo: «la estructura cambió una vez, se llamó LUTERANISMO».

Ahora en serio: los protestantes llevan unos cuantos siglos demostrando que hay muchas puertas para salir de la jerarquía tóxica.

Tenemos que desmantelar el clericalismo en la Iglesia. Tenemos que renunciar a toda teología que insinúe siquiera una «diferencia ontológica» entre los miembros ordenados y los laicos. Necesitamos una rendición de cuentas y una transparencia totales, en toda la jerarquía de la organización. Necesitamos garantizar que nuestras enseñanzas sobre el género y la sexualidad son saludables y coherentes con todo el abanico del conocimiento humano. Necesitamos desmantelar el celibato obligatorio y las barreras que impiden que las mujeres puedan acceder a la ordenación como sacerdotes. Sobre todo, debemos erradicar la cultura de poder y privilegio que ha protegido a los autores de abusos y a quienes los permiten de tener que rendir cuentas.

Sí, sí y sí. Eso se llama ser cuáquero o universalista unitario. De nuevo, y eso podría tener una pizca de sarcasmo, pero no creo que, siendo realistas, se pueda pedir que la Iglesia católica se tome gran parte de esto en serio. Moverán un poquito aquí y allá, pero ¡desmantelar el clericalismo?»

Eso no va a pasar.

Y eso no es derrotista, creo yo. No es más que reconocer el impulso histórico y los intereses creados. De nuevo, miren Spotlight. Verán el poder del impulso y los intereses creados. Lean las respuestas de Shambhala International: impulso e intereses creados.

Dicho esto, aplaudo de verdad a quienes tienen la visión y la voluntad de oponerse a las estructuras tóxicas de estas instituciones desde dentro. Merecen nuestro apoyo incluso si no estamos de acuerdo con ellos en todo e incluso si pensamos que van a fracasar.

No se trata de los resultados, sino de ver cuál es la línea de acción correcta y seguirla. Para muchos de los que están dentro de la «casa en llamas» de un grupo religioso tóxico, la línea de acción correcta es quedarse.

 

Texto original en inglés: A Catholic / Shambhala Member Reflects on Institutional Religious Abuse

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