Las seis clases de soledad (2/2) || Pema Chödrön

Ani Pema ChodronLa tercera clase de soledad es evitar las actividades innecesarias. Cuando estamos solos de un modo «caliente», buscamos algo que nos salve; buscamos una salida. Tenemos esa sensación de inquietud que llamamos soledad, y nuestra mente desatada intenta encontrar acompañantes que nos salven de la desesperación. Eso se llama actividad innecesaria. Es una forma de mantenernos ocupados para no tener que sentir ningún dolor. Podría adoptar la forma de soñar despiertos obsesivamente con el amor verdadero o de convertir un poco de cotilleo en las noticias de las seis o incluso de irnos solos al monte.

La cuestión es que en todas estas actividades estamos buscando compañía de la forma habitual, usando los mismos viejos métodos repetitivos de distanciarnos del demonio de la soledad. ¿Podríamos asentarnos sin más y tener un poco de compasión y respeto hacia nosotros mismos? ¿Podríamos dejar de intentar huir de estar solos con nosotros mismos? ¿Y si practicásemos no saltar y agarrar cuando empezamos a sentir pánico? Relajarse con la soledad es una ocupación digna. Como dice el poeta japonés Ryokan: «Si quieres encontrar el significado, deja de ir detrás de tantas cosas».

La disciplina completa es otro elemento de la soledad fresca. Disciplina completa significa que en todas las oportunidades estamos dispuestos a volver, a volver con suavidad, sin más, al momento presente. Esta es la soledad como disciplina completa. Estamos dispuestos a sentarnos sin movernos, a estar simplemente allí, solos. No tenemos que cultivar en especial esta clase de soledad; podríamos sentarnos quietos, sin más, el tiempo suficiente para darnos cuenta de que así es como son las cosas. Estamos fundamentalmente solos y no hay nada a lo que agarrarse. Además, esto no es un problema. En realidad, nos permite descubrir por fin un estado totalmente libre de artificios. Lo que damos habitualmente por sentado—todas nuestras ideas sobre cómo son las cosas— nos impiden ver de un modo fresco y abierto. Decimos: «Ah, sí; ya sé». Pero no lo sabemos. No sabemos nada en última instancia. No hay certeza sobre nada. Esta verdad básica duele y queremos huir de ella. Pero volver y relajarnos con algo tan familiar como la soledad es una buena disciplina para darnos cuenta de la profundidad de los momentos no resueltos de nuestra vida. Nos estamos engañando cuando huimos de la ambigüedad de la soledad.

No vagar en el mundo del deseo es otra forma de describir la soledad fresca. Vagar en el mundo del deseo implica buscar alternativas, buscar algo que nos consuele: comida, bebida, gente. La palabra deseo incluye esa cualidad de adicción, la forma en que intentamos agarrar algo porque queremos encontrar un modo de que las cosas estén bien. Esa cualidad viene de no haber crecido nunca. Todavía queremos ir a casa y poder abrir la nevera y encontrarla llena de nuestras golosinas favoritas; cuando las cosas se ponen difíciles, queremos gritar: «¡Mamá!» Pero lo que hacemos a medida que avanzamos por el camino es salir de casa y quedarnos sin hogar. No vagar en el mundo del deseo consiste en relacionarse directamente con cómo son las cosas. La soledad no es un problema. La soledad no es nada que haya que resolver. Lo mismo es cierto de cualquier otra experiencia que podamos tener.

Otro aspecto de la soledad fresca es no buscar la seguridad en nuestros pensamientos discursivos. Nos han quitado la alfombra de debajo de los pies; el juego ha terminado, no hay modo de salir de esta. Ni siquiera buscamos la compañía de nuestra conversación constante con nosotros mismos sobre cómo es y cómo no es, si es o si no es, si debería ser o no debería ser, si puede ser o no puede ser. Con la soledad fresca no esperamos seguridad de nuestra cháchara interior. Por eso en meditación nos dan la instrucción de etiquetarla «pensamiento». No tiene realidad objetiva. Es transparente e inasible. Nos animan a tocar sin más esa cháchara y soltarla, a no hacer tanto ruido para tan pocas nueces.

La soledad fresca nos permite mirar sinceramente y sin agresión nuestra propia mente. Podemos abandonar poco a poco nuestros ideales de cómo creemos que deberíamos ser o de quién creemos que queremos ser o de quién creemos que los demás creen que quieren o deberían ser. Renunciamos a eso y miramos directamente sin más, con compasión y humor, quienes somos. Entonces la soledad deja de ser amenaza, pena, castigo.

La soledad fresca no proporciona ninguna resolución ni nos da un suelo bajo los pies. Nos desafía a entrar en un mundo carente de puntos de referencia sin polarizar ni solidificar. Esto se llama camino intermedio o el camino sagrado del guerrero.

Cuando te despiertas por la mañana y aparecen de la nada el dolor de la alienación y la soledad, ¿podrías usarlo como una oportunidad de oro? En lugar de perseguirte o de sentir que hay algo que va espantosamente mal, justo allí, en ese momento de tristeza y anhelo, ¿podrías relajarte y tocar el espacio ilimitado del corazón humano? La próxima vez que tengas ocasión, experimenta con esto.

Pema Chödrön, «Six Kinds of Loneliness», en Lion’s Roar, 3 de noviembre de 2015.

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3 respuestas a Las seis clases de soledad (2/2) || Pema Chödrön

  1. gemma dijo:

    Gracias Berna por la traducción!!!

  2. E. Seeger dijo:

    Interesante. Pema, hay soledades y soledades y también Soledades. No es teoría, ni ejercicios, ni elecciones. Sólo conoce la dimensión de la soledad quién la ha padecido, ya que nacimos
    para la vida social y la comunicación, el lenguaje, el pensamiento, la cooperación y convivencia.
    Es inevitable buscar personas.

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